Pay or die

Qué semana movida tuvimos. Creo que los entredichos que protagonizaron los gobiernos de Bolivia y la Argentina generaron un conflicto respecto de la atención médica gratuita de sus ciudadanos.

Mientras que en nuestro país se atiende sin cobro de ningún tipo, en el país limítrofe la situación no es la misma. En realidad, en casi ningún país de los que considero medianamente serios es de esta forma, pero hay variantes de todo tipo. Encima, para ponerle un poco más de picante al asunto, en nuestra querida provincia de Jujuy se está debatiendo si deberían arancelarse las prestaciones a los no residentes. La verdad, que todo esto me hizo pensar, interiorizarme un poco, leer más para poder tener cierta opinión, por lo menos una más fundada, y no como los obsecuentes de siempre. Lo que puedo entender es que el debate es muy amplio y las consideraciones, muy variadas. Sólo me limito a exponer mi opinión, la cual es hasta contradictoria en la misma redacción.

A la salud pública en nuestro país puede acceder cualquier persona, sea argentino o extranjero, sea empleado en relación de dependencia o esté desempleado, sea autónomo o jubilado, monotributista, sea que esté residiendo en el país o sea un turista que está de paso y tiene la suerte de que lo acuchillen, o un estudiante de intercambio, sea rico o pobre, etc. Eso es como regla general, es decir que la salud es pública y gratuita para todos (en teoría).

Es cierto también que nuestro sistema de salud es malo en cuanto a infraestructura, pero es de excelencia en relación a los profesionales y a la atención médica (o sea, capacitamos, formamos y profesionalizamos al capital humano para que después resuelva con una Victorinox).

Hay una realidad ineludible relacionada a la prestación del servicio de salud, que, si bien está garantizada por la Constitución Nacional, hay una parte que no explica. El servicio nacional es gratuito, pero gratis no hay nada. Alguien lo paga. Siempre.

Nuestro país, conformado en sus bases por gran parte de inmigrantes de posguerra que vinieron a laburar y a desarrollarse (no como ahora, que cruzan narcos), ha sido un país con una enorme tradición en salud pública. Es parte de nuestra más sana tradición. Pero la realidad también es que la salud no es gratuita. Si la cuenta no la paga el paciente (que entiendo que así debería ser), la termina pagando otro. Siempre le mangueamos al otro. Esto es una realidad y es fundamental que empecemos a transparentar eso. Entiendo que los profesionales de la salud, a quienes respeto y admiro por su vocación de servicio y por anteponer al paciente primero, no compartan mi pensamiento, que en cierto punto es más comercial. Pero lo que analizo es que si necesitamos tener un mejor sistema de salud, también debemos blanquear todas las situaciones y entender que no podemos sostener un sistema como el que hoy tenemos (pensemos en nuestro principado, donde mas del 30% del presupuesto se va en salud, y no hay control sobre quiénes se atienden, cómo se atienden, qué pagan o bien qué capacidad de pago poseen). Estacionan la Hilux pero te manguean hasta las curitas. No hay sistema que resista si no interviene el Estado en la economía de los centros hospitalarios, pero no a cualquier costo.

La economía de la salud es una de las ramas más complejas de la economía y por eso es toda una especialidad (de la que desconozco en detalle), pero sí entiendo que muchas de las reglas que rigen normalmente los mercados no rigen ahí. La economía de la salud es inelástica. La gente paga lo que no tiene por seguir con vida.

Ahora bien, los sistemas de salud nacionales, provinciales y municipales tienen como objetivo la cobertura universal y gratuita de la salud, garantizando la accesibilidad y una prestación equitativa y de calidad sin ningún requisito ni tipo de control. Pero, como contraparte, esto promueve, a veces, el uso excesivo de recursos, que no siempre significa más calidad y eficiencia ni mejores resultados para la salud de la población. Cuando el Estado interviene surgen los problemas de eficiencia. Lo típico de una empresa pública: los pacientes están internados más tiempo porque nadie ahorra recursos, el personal trabaja a media máquina porque no cobra por incentivo ni controlan las horas extra, firman y atienden de forma privada (¿cola de paja?), no hay control en los medicamentos, etc.

Obviamente, hay decisiones en salud que no obedecen a un verdadero sentido de la equidad y el equilibrio entre la necesidad, la demanda y los recursos limitados, sino al vínculo con la política y a la necesidad de responder a exigencias y reivindicaciones sociales (seguimos con el manual peronista). La salud siempre fue punta de lanza para la política (tenés el más claro ejemplo con la salita de Valeria, el despido de médicos, la no contratación de profesionales necesarios, etc.).

La posta es que en nuestro país tenemos casi el 40% de la población que carece de cualquier cobertura. Si bien ahora, con el sistema impulsado por el gobierno, va a cambiar, la realidad muestra que la gente no tiene a dónde recurrir si no es a la salud pública.

Deberá prevalecer siempre la salud ante todo, pero deberíamos ser más eficientes en el manejo y la administración de los fondos destinados a todo el sistema. Quienes puedan, deberían pagar. La salud no puede ser gratis para aquellos que puedan contribuir. Eso es gestión eficiente, porque si en el sistema de salud sólo accedieran a la salud quienes pagaran, los pobres simplemente estarían condenados a morir. En el sistema de salud argentino conviven y se ensamblan tres sistemas: el público (nacional, provincial y hasta municipal), que representa un 2,7% del PBI; el de la Seguridad Social, que significa un 3,6% del Producto (obras sociales sindicales y PAMI); y el netamente privado (empresas de medicina prepaga, clínicas), con una participación del 3,3% del PBI. Esto te demuestra que el privado pone el billete. Comento este dato aburrido porque considero que, si bien es esperable, y no está debidamente regulado el hecho de que, si una persona cuenta con una cobertura en salud correspondiente a los otros dos sistemas (el de obras sociales y el privado), no acuda al sistema de salud pública, para que éste último sea utilizado sólo por aquellos que no poseen ninguna cobertura en salud. ¿O qué pasa con aquellos que tienen otras capacidades económicas? ¿Deberían acceder al sistema de salud de forma gratuita? ¿Los extranjeros deberían pagar? ¿Los que tienen bienes por millones de dólares, y están de vacaciones es nuestra ciudad, deberían pagar? Es por lo menos para analizar.

En la Argentina, según datos del Banco Mundial, se destinan anualmente más de 650 dólares por habitante para la atención de la salud; la cifra es una de las más altas de América Latina y llega a triplicar la de países con un grado de desarrollo económico similar. Así y todo, seguimos con la infraestructura atrasada.

Por supuesto que no añoro un sistema como el americano, ya que es el reflejo de una estructura social individualista y de sálvense quien pueda. En algunas cosas puede ser un éxito, pero en salud es catastrófico. Siempre es necesaria la intervención del Estado porque, en definitiva, es el único que no va a dejar que mueras.