Stephen Hawking, su breve historia

Es un desafío, o quizás una impertinencia, escribir sobre lo que no se conoce o no se entiende. Sin embargo, es mucho lo que se escribe, se dice, y se piensa sobre este genio superlativo de la especie humana.

Y cualquier intento de describirlo, de citarlo o de comprenderlo nos deja tan sólo con más interrogantes. A pesar de esto, me siento tentada a dedicarle unas líneas para rendirle sincero homenaje a menos de tres meses de su muerte. Fue físico teórico, astrofísico y divulgador científico. Así, estos tres títulos parecen ocultar la genialidad necesaria, y que él ostentaba, para pertenecer al selecto grupo de personas que integran la Real Sociedad de Londres, creada en 1660, la Academia Pontificia de las Ciencias, creada en 1936, la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos, que reúne a los consejeros científicos de la nación. Fue titular de la Cátedra Lucasiana de Matemáticas creada en 1663 en la Universidad de Cambridge. Recibió doce doctorados honoris causa, fue galardonado con la Orden del Imperio Británico y recibió numerosas medallas y premios otorgados por instituciones de otros tantos países.

En un momento no muy lejano llegaron a mis manos sus libros más conocidos, escritos con deliberado esfuerzo, me parece, para saciar la curiosidad del resto de los simios humanos cuyo entendimiento está tan por debajo del suyo que jamás podríamos comprender sus “otros libros”, sin llegar a pretender poder leer y entender una sola palabra de sus numerosos escritos y publicaciones científicos. Sus libros de “simple divulgación” son su autobiografía, que tituló en inglés My brief History, su éxito de ventas Breve Historia del Tiempo, solamente inteligible para colegas e ilustrados, El universo en una Cáscara de Nuez, también fuera del alcance de los comunes mortales, y, finalmente, en 2005, Brevísima Historia del Tiempo, una versión de su libro anterior adaptada para un público más amplio. De todo eso pude comprender algo de su autobiografía, la que resultó bastante más compleja cuando hizo mención a algunos de sus pensamientos científicos. Con todo, se me aclaró bastante cuando pude mirar el libro llevado al cine.

Saber de su discernimiento y su clarividencia, de sus logros y de sus obras, parece sin embargo poco si pensamos en su victoria personal sobre su enfermedad, esa espada de Damocles que llevó en cambio como una corona durante medio siglo contra todo diagnóstico y todo pronóstico. Fue esa victoria quizás, la que lo hizo más grande, más excepcional y más singular.