Filacho Ruíz, artífice de Los Cariocas, una murga madariaguense

El hombre se merece que su nombre no caiga en el olvido, ya que junto a su familia le ha dado vida a una de las murgas de a pie más importantes y antiguas del pago gaucho.

La tradición del carnaval presenta diferentes caras según el lugar donde se desarrolle su rutina. Internacionalmente, el de Río es un producto hecho para el turismo; el de China responde a una tradicional milenaria; no menos antigüedad tiene el del Altiplano, con su condimento pagano y la huella del soldado conquistador con la espada y el crucifijo.

No menos importante es la conmemoración que se celebra en nuestros pueblos, ya que es una muestra de tradición donde el caballo y lo campero no están ausentes.

Un mes y medio antes, por lo menos, la familia de Filacho Ruíz empieza a confeccionar los trajes, a pegar lentejuelas y los brillos que harán las delicias del público. Es una familia madariaguense que revive la costumbre todos los años con la grandeza del esfuerzo humilde, de las horas sin medida en busca de un traje perfecto y original.

Todo se inicia en 1972 cuando Filacho comienza a disfrazarse a caballo: “Después estuve en otra murga y en el 82 hicimos la murga Los Cariocas. Le sacamos el nombre de una comparsa que vino de Brasil, le pedimos autorización al hombre que la dirigía y le dijimos si le podíamos poner a la murga nuestra Los Cariocas, porque nosotros les hacíamos cordones a ellos cuando venían a desfilar acá; nos dijo que sí, que no había problema”.

Así comienza esta historia de la murga decana de Madariaga, con una formación de gente grande, “de 25 para arriba y ahora no; ahora la agarró el pibe mío y al semillero carioca le puso primos, nietos, a todo la familia y ahí es que se va haciendo cada vez más grande”.

En el medio del proceso hubo un parate, producto de un luctuoso suceso, hasta que con el paso del tiempo la llama se reavivó para darle continuidad hasta estos días.

“Cuando nosotros iniciamos con Los Cariocas teníamos que ir a la comisaría a sacar el permiso. Por entonces se lo llevaba colgado con un alfiler y quedaba asentado el nombre y la edad, como hacemos ahora. Antes era tranquilo, no es como ahora. […] hacíamos cola para sacar el permiso, entonces nos dijo: ‘¿Sabe qué pasa? Nosotros no queremos sacarles la careta porque no tenemos gente exclusivamente para estar en una oficina haciendo papeles. Entonces yo agarré la lista que tenía en el bolsillo y le dije: ‘¿Esto es lo que necesita usted?’. Y el comisario dijo: ‘La verdad, mi amigo, yo no esperaba que usted haga esto’. Y así lo hice toda la vida y me dio el permiso. Faltaban 20 días para los corsos. Nosotros estábamos preparando pero no sabíamos si nos daban permiso o no”, rememora.

Una de las claves de la supervivencia de Los Cariocas, devenida en El semillero de Los Cariocas, se base en el respeto, nunca un disturbio, quizás por el hecho de que son familia y amigos. Además de los trajes y la coreografía, arman una carroza y le ponen música; para ello tienen cencerros, tambores, chifles, y todo lo percusivo que sume.

“Acá es todo diversión. Mientras se porten bien, los acepto. Si veo que no tiene condiciones de entrar en una murga le digo que ya no hay lugar, porque a mí me gustan la seriedad y el respeto. Ahora hace un mes y pico que estamos haciendo este trabajo. Lleva mucho tiempo preparar esto. Ahora son las últimas cosas que se están haciendo. Prácticamente está todo terminado”, cuenta Ruiz en la previa a los últimos carnavales.

“Es la única que no se desarmó, la más antigua”, asegura con orgullo, para agregar: “Desfilan 110 personas, entre chicos y grandes”.

El broche de oro de cada año es que con el producto de la venta de espuma y rifas se hace posible hacerle una fiesta a cada una de las máscaras con su familia: “Hacemos una fiesta familiar y popular para todos”.

“A mí hábleme de corso, que para mí es todo. Hasta el año pasado desfilaba. Este año, como ya tengo artrosis en las rodillas, les digo a los chicos ‘éste es el último año’”.

Filacho trabaja desde muy chico. Hasta los 18 años estuvo en un criadero de visones y luego lo invitaron a desfilar a caballo. Luego siguió pero desde otro lado, haciendo cosas en solitario, en alambre. En una oportunidad se animó e hizo un auto de rally. Luego fue creciendo junto con la murga hasta que la artrosis lo obligó a dejar el desfile. Luego le dejó la dirección a su hijo.

“Daniel Ruiz es mi hijo. Yo soy Domingo Enrique, pero me conocen como Filacho. Los muchachos me empezaron a decir así y me quedó. Para mí los carnavales son todo. El fútbol y los carnavales. Soy de Boca y tengo una galera con esos colores”, concluye.