La satisfacción del deber cumplido

Suena a frase hecha pero no lo es, ya que el viernes pasado la Municipalidad, o mejor dicho un puñado de compañeros municipales, despidió a un compañero que se jubiló luego de casi cuatro décadas de trabajo sostenido.

Hace 37 años Edgardo Juárez ingresaba a la Municipalidad en el área de Planeamiento, que por ese entonces funcionaba con dos personas, el director y el recién ingresado. Eran los últimos estertores del proceso militar. Dada su formación de maestro mayor de obras, se hizo cargo de la construcción del Polideportivo y el Jardín de Valeria, una forma de entrar en la historia pinamarense, de la mejor forma, trabajando.

Tiempo más tarde se iba a crear el Centro de cómputos, y Edgardo, luego de sortear la exigencia de varios cursos, fue tentado para seguir creciendo junto con Pinamar en una nueva función dentro del centro.

Era la prehistoria de la informática y él lo recuerda así: “Los discos que hoy van dentro de un server, que es algo pequeño, parecían platos voladores. Eran una cosa grandota que se guardaban en la caja fuerte y para hacer los back ups tenías que meterlos dentro de una especie de heladera gigante, hasta que empezaron los cambios y llegamos al sistema que tenemos hoy. Desde 2006 a la fecha es que estamos trabajando con el tema de fijación de datos, dibujos de planos; es decir, ya todo basado en la computadora”.

El ingreso de Juárez se produce cuando Julio Etchegoyen era intendente, en el Proceso; luego, en el 83, fue elegido don Pedro Actis Caporale como primer intendente de la democracia. Durante el régimen militar “estaba más ordenadito pero sinceramente yo prefiero este desorden, como se le puede llamar a la libertad”. Un dato poco conocido es que la rigurosidad castrense se veía en detalles mínimos, como una especie de semáforo con una luz verde y una roja que indicaba si se podía o no pasar a la oficina del intendente.

Juárez es consciente de que en todos los hechos importantes estuvo siempre el marco de la Municipalidad, desde haber conocido a la madre de sus hijos hasta otras tantas vivencias no menos importantes.

Edgardo es requerido, desde el móvil le llega una llamada que pospone y desde algunos espacios habitados por sus compañeros se escuchan los cuchicheos que anteceden a una despedida.

Le preguntamos si es un día triste para él, a lo que responde: “No lo sé bien… Es de alegría porque sé que me voy a poder dedicar al arte, que es mi pasión, la música, trabajar con chicos en los talleres. Y por otro lado no sé si tengo tristeza pero lo siento por los compañeros… donde hay algunos que son de aquella primera época, como Juan Carlos León, Mario Ugartemendía, Claudia Colombo. Estando acá he perdido tanto a mi padre como a mi madre y ellos fueron los que estuvieron conmigo en esos momentos… Más de la mitad de mi vida estuvo relacionada con la Municipalidad”.

Junto con la salida de Juárez como con la de otros compañeros con mucha antigüedad se va una forma de concebir el trabajo, el compañerismo, una forma distinta de ver las cosas y el compromiso.

“Lo que más noto es el cambio en las relaciones humanas. El trabajo se nos ha facilitado mucho más por el tema de la informática pero la misma informática hace que esto que estamos haciendo, de compartir un mate, no ocurra en cada oficina, donde cada uno está leyendo el diario en esos minutos previos al inicio del trabajo. Cuando no había internet uno se relacionaba de otra manera. Podemos tener un vínculo diferente con aquellos compañeros pero la gente más nueva está en otra historia”, argumenta.

Pero más allá de las relaciones humanas está el aspecto laboral, ese costado de la tarea asignada que marca el valor agregado de la dedicación y el compromiso. Lo que en épocas de zozobra política le permitió a Pinamar no detenerse y seguir adelante.

“Pueden venir mentes brillantes o no tanto a cubrir cargos políticos, pero entendamos que sólo el intendente es elegido, el resto lo hace por el derecho que le cabe al jefe comunal, pero esto funciona por el personal. En la Municipalidad hay un solo camino para entrar, de forma legal y ética, que es dando un examen. No digamos que entran por la ventana pero casi… Son los mismos a los que nosotros les planteamos: ‘¿Vos pagarías lo que se le paga a un director para que se haga cargo de tu negocio y no sepa?’. Bueno, acá así, entra un secretario o un director y no saben. Pueden ser excelentes contadores o abogados, buenos profesionales, pero no saben sobre la administración pública; tenemos que enseñarles nosotros y debe ser único en el Estado que alguien ingresa para hacerse cargo de algo que no sabe”, explica.

Concretamente, lo que queda en claro es que Juárez entiende, al igual que muchos, que el empleado es quien hace funcionar la institución, situación que ejemplifica con los continuos cambios de intendentes y los sucesivos interinatos.

“Pinamar vive del turismo y de la construcción, fundamentalmente. Nosotros en una época estuvimos sin director de Turismo y sin director de Obras Particulares y la Municipalidad siguió funcionando”, recuerda.

En su último día de trabajo, a Edgardo le produce cierto pesar darse cuenta de que en esta reestructuración que ha introducido el gobierno no cabe atesorar el conocimiento adquirido con el paso de los años. Hoy todo gira en torno a la informática pero casi nadie sabe los caminos de los mismos procesos de forma manual. Su sensación es que el conocimiento adquirido se licúa, desaparece. Una situación que se visualiza aún más si uno considera que no es improbable que los procedimientos implementados por el gobierno actual sean desechados por el que lo suceda.

Para él hay una forma de trabajo: “Es escuchando más al empleado que trabaja. No es necesario estar muchos años para darse cuenta de quién trabaja y quién no. Si uno se quedó acá durante 37 años es porque sintió amor por el trabajo que hacía y porque le correspondió a la comunidad que le dio ese trabajo”.

Antes de irse compró un nuevo escalímetro que entregó en Catastro a cambio de poder llevarse el que él había usado, en sus inicios, y que le permitió hacer el primer mapa de Pinamar.

Este elemento significa mucho en su evolución dentro de la Municipalidad y es un símbolo de cómo se trabajaba en otros tiempos.

Consultado acerca de cuál es la primera imagen que se le viene a la mente, no duda y recuerda: “Cuando en un jeep chiquito, un Suzuki que teníamos, recorríamos los médanos de Valeria y Ostende cuando las calles todavía no estaban abiertas, para luego pasar los informes. A uno le parecía que estaba en el Sahara. Uno observaba y luego se determinaba qué calles se abrirían. Quién iba a pensar que creciera tanto todo. Son flashes que vienen y me recuerdan cuando tenía que pelear una obra social para mis albañiles o cuando contrataba a un electricista para pasar unos cables y no se podía porque el que había puesto la caja nunca pensó en cables. Defender el patrimonio de la Municipalidad para que no nos roben y evitar que lo pierda la comunidad”.