Los insectos, sálvese quien pueda

Por Amanda Paulos
Bióloga, docente, guía de naturaleza

El mundo de los insectos, ya dijimos en la entrega anterior, es tan variado que a cada paso podemos encontrarnos con sorpresas, y, en general, las personas no simpatizamos con los insectos, a excepción de… ¡las mariposas! Y no creo que sea por su belleza, porque muchos otros insectos son bellos. A mí me parece que nos gustan tanto las mariposas porque se parecen a una flor que vuela.

Y prosiguiendo con lo sorprendentes que pueden ser las formas, los hábitos y los ciclos de vida de algunos insectos, vienen a mi memoria en primer lugar los que fueron mis más frecuentes compañeros de trabajo, los áfidos, más conocidos como “pulgones”, aunque lo único que tienen en común con las pulgas es que son pequeños, como ellas, y como ellas pueden resultar en una plaga difícil de erradicar. Pero, además, causan altísimas pérdidas económicas porque compiten con la especie humana nada más y nada menos que por nuestros alimentos. Crecen de a millones sobre frutales, cereales y huerta. También sobre ornamentales. Y como para no perder tiempo en su avance, ¡los paren vivos por docenas las hembras vírgenes! No menos curiosos son los “bichos canasto”, anónimas larvas que nacen de un huevo de 1 mm y se prenden a una rama y desde allí avanzan comiendo y talando hojas y tallitos para hacer su casa, que llevan a cuesta durante casi toda su vida en el caso de los machos, y durante toda su vida en el caso de las hembras. Ellas esperan allí a un macho alado (recién salido de su morada) que por el extremo del canasto las fecunde y luego ponen sus huevos en su propio canasto y mueren. Dentro de los huevitos crece durante el invierno la próxima camada de bichitos, que nacen a la llegada de la primavera, y así se cierra el ciclo. Para las hembritas, su canasto es su cuna y es su tumba. Otra especie de insecto digno de una película de terror es una avispa que construye algo así como un pequeño sarcófago para su víctima, una araña paralizada con su veneno –el de la avispa– sobre la que coloca un huevo y la encierra. Del huevo nace una larva de avispita que se alimenta de las entrañas de la araña y finalmente emerge de su sarcófago como adulto.

El ser humano invierte millones en un vano afán de ganarles a los insectos en la competencia; hay, como dijimos, 200 millones de ellos por cada uno de nosotros. Sin embargo, si la dejamos, la naturaleza en su sabiduría logra ponerles freno a su desenfrenada carrera por sobrevivir y multiplicarse: una de las estrategias más eficiente son las aves, grandes devoradoras de insectos y otras “alimañas”.