Segundo plano

Por Martín Melia, contador público.

Cualquier país medianamente serio y estable tiene necesariamente un flujo de inversiones privadas que permiten generar las condiciones para que la sociedad viva en orden y en paz. Quiero decir, cualquier país necesita dinero genuino (excepto Ella y la maquinola de imprimir) para poder desarrollarse y cumplir con las necesidades de su pueblo. Hasta ahí, teoría no populista y demostrada cabalmente a lo largo de nuestra historia (si estás en desacuerdo, no sigas leyendo y volvé al Candy Crush).

Cuando asumió Macri, el país se perfilaba como un destinatario de inversiones; sin embargo, esto no fue del todo así . El Gobierno, cuando arrancó, pensó que automáticamente cambiaban los precios relativos. Hubo una lluvia de inversión financiera, llovieron dólares pero no se reflejaron en la economía real.

Hoy, de cada cinco dólares extranjeros que entran, cuatro van al sector financiero y uno al productivo. Es decir que pocos de los billetes verdes traídos por los extranjeros van a la economía productiva, esencial para generar nuevos puestos de trabajo y crecimiento, sino que se desvían hacia el gran negocio de prestar dinero al Estado y obtener a cambio rendimientos fabulosos (fantástica fiesta). Las altas tasas de interés que paga Argentina para bajar la inflación (heredada y generada) explican el festín especulativo; la desconfianza de los inversores extranjeros en la estabilidad argentina a largo plazo justifica la sequía de inversiones productivas. Esto es un combo no apto para mortales coherentes, que deciden no tomar el riesgo de invertir en la economía real cuando es más fácil y rápido ganar con la burbuja financiera. Básicamente es lo que llamamos en nuestra economia la “bicicleta financiera” y afuera, carry trade: se cambian dólares a pesos para comprar Lebac a 35 días y luego se vuelven a comprar dólares y se reinicia la rueda una y otra vez. Hasta hace muy poco tiempo, esto era un país muy atractivo para inversiones financieras, por las altas tasas de interés que ofrecían los bonos del Gobierno, frente a rendimientos negativos en las grandes plazas del mundo. Hoy la situación cambió un poco, también por la política monetaria del Banco Central para poder combatir la inflación. Van y vienen. Ahora bien, las inversiones en economía real, obviamente deben esperar los ciclos de una economía en recuperación, producto del grave deterioro que tuvimos en la década ganada en materia de inversiones. Esto podemos evidenciarlo fundamentalmente en el sector productivo. Escuchaba el otro día a uno de los bandidos cínicos del gobierno nacional y popular quejarse por el deterioro de la matriz productiva y del aumento en las tarifas (no se les mueve un pelo), cuando en su década ganada la producción de energía creció un 1,4%, con un nivel de demanda que se incrementó en un 50%. Pero, claro, el problema se generó ahora. El incremento en las tarifas entiendo que tiene dos objetivos. Por un lado, bajar el déficit fiscal de a poco, mediante la quita de subsidios y destinarlo a otro sector de la economía que más lo necesite o bien no gastarlo. El segundo objetivo es que finalmente se empiece a invertir en el sector energético de la forma que se necesita, y, si el sector privado solamente va a tener ganancias por los subsidios estatales, nadie va a querer meter guita acá. Es así de simple. Si lo analizás desde un punto de vista de inversiones, los grandes países del mundo ofrecen rendimientos de los bonos entre levemente negativos y algo menos de 1% anual, que implica doblar el capital en 965 años. En la Argentina se podía lograr hace poco tiempo en poco más de dos años, y ahora en menos de 13 años (kill me now!).

Es verdad que el cambio de Gobierno permitió cambiar el humor de los empresarios, a partir de la eliminación de las ataduras que representaban el cepo cambiario, el cierre de la economía, el comercio administrado, las retenciones a las exportaciones, los gritos de Moreno y las enseñanzas de Ella. Pero la realidad es que se elevó exageradamente el costo del dinero. El nivel de emisión hoy es similar al que teníamos cuando estaba Axel, con lo cual es difícil combatir la inflación, que en definitiva es la madre de todas las batallas. La gente está disgustada con el aumento de tarifas, no por el precio nominal de las tarifas, sino porque en definitiva la guita no le alcanza a fin de mes.

El problema no son las tarifas, en el fondo (digo, ¿pagás 1500 de CALP y 1000 de DirecTv. y el problema es la luz?). Además, consideremos que el gradualismo en la baja del abultado déficit fiscal y su financiamiento con deuda externa provocó una notable apreciación del tipo de cambio (God save the dollar). Esto, como era de esperar, alentó las importaciones (¿dónde está mi iphone X?), pero desalentó las exportaciones y afectó las estimaciones de la capacidad de recupero de las inversiones. Es decir, hasta acá, vemos que el Gobierno se esforzó por recuperar todo lo dañado en épocas pasadas, sin tanto éxito en lo inmediato, favoreciendo a los especuladores, pero con el compromiso de que la rueda empiece a girar. Pero esto no es lo único que atenta contra la llegada de inversiones. Hay temas que tenemos escondidos debajo de la alfombra y que debemos solucionar en forma inmediata. Uno de ellos es la persistencia de una inquietante industria del juicio laboral. Esto es tremendo. Sólo los populistas pueden defender este sistema.

Por otra parte, aumentó fuertemente el costo del capital, con lo cual es mas fácil financiar la producción fuera del país y más rentable también. Creo que, además, todos estos cambios, todos estos ajustes, en muchos casos necesarios, en otros fuera de timing y en otros casos no deberían haberse realizado (jubilaciones, asignaciones, subsidios, etc) produjeron un deterioro del humor de las familias, con su consecuente efecto contractivo sobre el consumo. Quién va a invertir si el consumo cae y encima ganás más guita sin producir.

Está claro que la Argentina necesita inversiones y una de las razones por las que no llegan es porque la rentabilidad no es la esperada respecto del riesgo (independientemente de dónde ponen la mira hoy).

Necesitamos una reforma tributaria, más profunda, más sincera, más real. Casi como la sinceridad de las tarifas.

Todos los sectores productivos están siendo afectados. La situación de las economías regionales, y particularmente de los productores vinculados al mercado interno, se complica sin la asistencia del Estado.

La Argentina ha estado aislada del mundo durante mucho tiempo, fuera de las regulaciones del comercio internacional. La situación que vivimos hasta 2015 dejó 30% de pobreza, un país con poca infraestructura y sin matriz productiva (un éxito la década ganada). Argentina tiene un gran potencial en espera; se necesitan condiciones endógenas en las empresas y que el país madure en términos políticos, sociales y fiscales (éste es el momento). El desafío de la Argentina es aumentar la productividad, y tiene que ver con cuatro elementos fundamentales. Éstos son el costo laboral y la flexibilidad, el costo de la energía para producir, el desarrollo tecnológico y la mejora de la infraestructura. Argentina tiene una presión tributaria de las más altas de la región, y no fue abordada de forma suficiente por este gobierno como se esperaba. Los servicios que reciben quienes producen son insuficientes y las condiciones que se encuentran quienes invierten no brindan la seguridad para poder desarrollar planes a largo plazo (éste es un país donde la logística está manejada en un 90% por un sindicalista bruto y cuando quiere te para todo).

Por supuesto que hay muchísimas cosas por cambiar y lo que he comentado sólo es una opinión, pero creo realmente que enfocarse en tener un país productivo y no especulativo es la meta que deberíamos tener, donde se pueda darle trabajo de calidad a la gente, con sueldos y condiciones suficientes para que puedan desarrollarse dignamente y así la rueda, de una vez por todas, comience a girar. De esta forma, seguramente las tarifas pasarán a segundo plano.