Argentinidad al palo

Esta semana, lamentablemente hemos tenido otro accidente fatal en nuestras playas.

La realidad es que todos los años tenemos de este tipo de accidentes y de muchísimos casi accidentes, que por milagro no llegan a tal. No voy a entrar ni me interesa saber detalles ni emitir opiniones puntuales de lo ocurrido, porque entiendo el tremendo dolor que deben estar viviendo las familias de las víctimas. A lo que sí me voy a atrever es a realizar ciertos comentarios que se me vienen a la cabeza de por qué pasó esto o por qué seguramente volverá a pasar.

Tenemos que entender algo antes de seguir leyendo (si sos anarquista, usá el semanario más prestigioso del condado para hacer tu asado vegano).

Los argentinos no cumplimos con la ley. No la respetamos, no nos sometemos a ella todos por igual, sin distinción de ninguna naturaleza. No la sabemos aplicar y mucho menos hacerla cumplir (es entendible, considerando que un tercio de los jóvenes no comprende textos y, por la propia evolución social en nuestro país, seguirán sin comprenderlos).

La mayor parte de los accidentes de tránsito se deben a la falta de cumplimiento de leyes y normas establecidas. Cruzamos de vereda con el semáforo en rojo, y por la mitad de la cuadra, porque no pasa nadie. Llegamos a la esquina y esperamos sobre la calle y no sobre la vereda, para ser los primeros en llegar al otro lado. Al manejar, no nos abrochamos el cinturón de seguridad, porque nunca nos pasó nada. Los semáforos en rojo no se respetan si estamos apurados para llegar, y menos si es de noche. Vamos a más velocidad de la permitida, porque en esta calle no hay fotomultas ni radares. Manejamos igual, aunque hayamos tomado unas copitas de más, porque tenemos los reflejos despiertos. Esto es solo un comienzo. Uno de los problemas que revelan nuestra falta de cultura política democrática es el incumplimiento de las disposiciones legales. (¿Te acordás cuando Barrionuevo quemó las urnas? Después lo tuviste en el Congreso.) Es bueno que se hagan campañas y que haya controles, pero el problema es histórico. En este caso fue un accidente de tránsito, pero en líneas generales no respetamos ninguna norma (no digo que no respetamos ninguna, digo que no respetamos las que no nos convienen en dicho momento). Somos transgresores desde la época del virreinato y de la colonia (el contrabando en aquellos tiempos era una norma general). No respetamos las leyes ni las normas de convivencia, por ejemplo, y es lo más evidente, ni siquiera las normas de tránsito. Creemos que tenemos el derecho de invadir el derecho de los demás, y que transgredir es una virtud. Despreciamos el orden y las normativas. Pagamos coimas, nos colamos en el supermercado, evadimos todos los impuestos que podemos y somos los primeros en exigir en nombre de la ley. Caraduras por demás.

Debemos entender algo también. La democracia para los chicos y los adolescentes se asemeja a una vidriera donde ellos observan y absorben: cuando los mayores no cumplen o actúan en forma contraria a la Constitución, ellos absorben y replican. Es así de simple. (¿Vos pensás que los chicos accidentados entienden que estos vehículos a esa edad son un arma?) Andá a La Herradura y mirá todos los new richs con sus utvs.

Pero estas conductas, además de ser transmitidas por los medios, no son sólo parte de la dinámica vida ciudadana, sino que también se incorporan a un espectáculo del que los niños y adolescentes consumen y aprenden. Ver y aprender.

Los jóvenes deberían comenzar a formarse como ciudadanos para tratar de crear las condiciones de un país mejor. De ahí la necesidad de que los poderes públicos hagan algo que sirva para mejorar esa situación (tenés a un imbécil como Zaffaroni, ex juez de la Corte, que añora que un gobierno democrático termine antes, tenés a un grasa peronista agitando en la Cámara de Diputados como si estuviera en la cancha, y tambien tenés a un ministro de Trabajo con empleados en negro). Eso somos. No nos quejemos.

El problema que vislumbro no es menor. La Argentina tiene por delante la difícil tarea, para conseguir el respeto por las leyes y normas de convivencia, de rechazar las degradantes relaciones clientelares y luchar contra la corrupción en todos los niveles y formas. Mientras tanto, siguen apareciendo los Balcedos, los Moyanos, los “Caballo” Suárez, los “Pata” Medina, los Cristóbal López, Lázaro Báez, Jaime y tantos otros (vos pretendes un país serio: ésta es nuestra última chance. Anotalo).

Todas las acciones necesarias para posibilitar este cambio cultural son tremendamente difíciles. Te diría, casi imposibles, porque predominan fuertes inercias que prolongan los comportamientos anómicos del pasado. Quiero decir, fuimos truchos desde nuestra historia.

Ahora bien, el primer paso es sensibilizarse acerca del problema y luego pensar seriamente en la formación de quienes nos sucederán como ciudadanos. Toda la sociedad en algún punto de la evolución nació, aprendió, copió y se deformó culturalmente. Si no se toma conciencia de la importancia que tiene respetar la ley, y los modelos, las estrategias económicas y sociales que se intenten seguirán fracasando como hasta ahora.

Entiendo que esto no sólo es una responsabilidad del Estado ni de la Justicia, ya que antes de pisar la calle está la familia (o debería). Acá es donde los últimos gobiernos se han encargado de deformar y denostar la importancia y trascendencia que debe tener la familia en la formación de los más chicos, para que luego sean quienes dirijan los destinos de nuestra sociedad. Hoy hay cada vez más Yenys y Brians. Danger!

Si bien es cierto que, producto del acceso a la información y de la nuevas escalas generacionales, la situación ha cambiado y las relaciones interpersonales dentro de la familia parecen ser más abiertas y cercanas. Pero algo está fallando. Hay algo que se nos está escapando. Cuando ves a un padre justificar una violación de una norma de su hijo, por el hecho de ser su hijo, algo falla. Hoy resulta complicado unir, por un lado, el respeto a los sentimientos, el diálogo y el desarrollo de responsabilidades, con el ejercicio de la autoridad y el respeto a las normas, por el otro. No hay autoridad en casi ningún ámbito. No tenés autoridad en la familia, no tenés autoridad en la escuela, no tenés autoridad en la policía y menos vas a tener autoridad en la Justicia. Ves a los políticos corruptos, a los sindicalistas corruptos y a los empresarios evasores. ¿Qué pretendés? No pretendas que algo cambie, si hacemos siempre lo mismo.

Todo esto es un reflejo de lo que somos como sociedad. Siento que hay una pequeña parte de la sociedad que piensa de esta forma y estaría dispuesta a realizar sacrificios o esfuerzos para que esto mejore. Pero la realidad es que los malos son cada vez más. La sociedad en su conjunto ha cambiado y está más del lado de Sauron que de Gandalf y eso, my dear friend, es una muestra de la Argentinidad al palo.