Condenados

El saber callejero supone que el puesto de presidente de la Nación reclama cierto nivel formativo y cultural. Sin embargo, no es lo que estipula la Constitución, que ni siquiera pide el secundario completo ni los conocimientos básicos de inglés o de tecnología, a veces reclamados con énfasis en las búsquedas de simples empleados administrativos y hasta para trabajar en una hamburguesería (básicamente, hoy querés trabajar y antes de nacer ya tenés que tener experiencia y conocimiento). Bueno, en la clase política, de ahí hacia abajo encontrás lo que menos esperás. Fiel reflejo es la clase sindical.

Las estadísticas marcan que la gente elije a sus representantes por lo que puede apreciar en relación a la honestidad, la capacidad y la cercanía con la gente, en ese orden (en realidad, no es lo que aprecian sino lo que les venden para que aprecien). Ahora bien, en nuestro país no hay un circuito formal y deliberado para la formación de la clase política, y se privilegian otros atributos en los gobernantes o representantes. No son las credenciales educativas las que contribuyen a forjar el prestigio, sino las trayectorias construidas lentamente o las fortuitas (una carrera exitosa por fuera de la política, la gestión en diferentes actividades, el origen popular o hasta haber sido víctima de algún acontecimiento de trascendencia mediática). No cuestionamos pasado ni historia.

Si bien es cierto que la élite política argentina tiene un nivel educativo altísimo en comparación con el resto de la sociedad, porque casi todos son universitarios (hay excepciones, como nuestro intendente, varios de sus funcionarios y concejales de los diferentes bloques), la educación no lo es todo. Me duele comprender esto, ya que soy un ferviente defensor de la educación y de la meritocracia en base a ella y creo realmente que de esta forma se contribuye en gran parte a que los gobernantes puedan ejercer mejor mandato. Si bien hoy vivimos en la era de la gestión, la cual creo que es una combinación de administración y política, los electores no parecen relacionar la capacidad de solucionar problemas con un título universitario. Como decimos muchos graduados de las carreras más diversas, la profesión se aprende en el terreno, pero la universidad te brinda todas las herramientas necesarias para transitar ese terreno y llegar al fin del camino. Hoy el Estado se volvió más complejo de gestionar y esa tremenda complejización del Estado argentino y del diseño de políticas públicas requiere la consolidación de profesionales técnicos especializados en distintas áreas del gobierno. Por eso entiendo que para poder gestionar, sea en un Departamento Ejecutivo o bien seguir de vacaciones en el HCD, deberían al menos los que integran dichos estamentos tener diferentes cualidades, como la habilidad de comunicar (de persuadir); de organizar grupos de trabajo; de plantear objetivos de corto, mediano y largo plazo; de dotar a su gestión de una mística; de establecer alianzas políticas, de ser flexible (“capaz de observar los problemas desde distintas perspectivas; aceptar, escuchar a quienes no coincidan y cambiar si la situación lo requiere”), y capacidad de diagnosticar situaciones (“saber ponderar lo principal y lo secundario, no desgastarse en combates estériles”). Todo esto obviamente no lo encontramos hasta el momento y repercute claramente en el estado en que encontramos nuestro principado. Vivimos de inútiles chicanas políticas.

Hago referencia a todo esto, ya que la semana pasada quedaron definidas las listas de precandidatos para las próximas elecciones. Te pido que veas las diez listas. Sí, diez listas para un municipio tan pequeño como el nuestro. La torta, evidentemente, es muy grande.

Tenemos realmente que analizar quiénes son los que se presentan. No solo si han estudiado o no, sino qué historia tienen en Pinamar, dónde han trabajado (a algunos no se les conoce un trabajo), dónde han participado, qué experiencia tienen en política, o en comercio o en algún tipo de administración (aunque sea de una boletería de cooperadora escolar). Nos estamos jugando el futuro de Pinamar. Las ultimas elecciones han demostrado que quienes integran el HCD no están a la atura de las circunstancia y esas bancas les han quedado muy grandes. Claro que hay algunas excepciones, pero hoy eso no es la regla. Recordemos que el Concejo Delirante insume más de $17.000.000 anuales, con concejales que nos cuestan más de $60.000 por mes. Entre concejales, asesores, secretarios, etc., hay más de 35 personas. En principio me parece excesivo para los logros que han alcanzado. Pregunten a los que se postulan y a los que hoy están pidiendo renovar banca qué han hecho, qué proyectos han presentado o qué piensan para el futuro de Pinamar.

Creo que si todos los cisnes son negros, si todo lo nuevo es nuevo, no estamos ante una acumulación de excepciones, sino que llegamos a un nuevo continente y enfrentamos un cambio de paradigma donde lo nuevo es aceptado por solo ser nuevo, sin cuestionar o reflexionar lo que necesitamos y lo que nos ofrecen. Por esto, sea cual sea el resultado en octubre, estamos condenados.