Cuando el cielo cambió

Recuerdo los tiempos en que los pajaritos eran “cositas” negras que surcaban el cielo, y en él sólo miraba las formas inconstantes de las nubes o el sol poniente del verano.

Eso fue antes del mes de noviembre de 2010. En ese mes memorable se dictó un curso que a algunos de los treinta participantes y a mí nos cambió la manera de mirar. Lo había dicho en uno de sus versos el poeta Atahualpa Yupanqui: “Para quien mira sin ver, la tierra es tierra, no más”.

El curso que rememoro fue el Curso de Guías Intérpretes para la Reserva Natural Laguna Salada Grande, propuesto por el Organismo Provincial de Desarrollo Sostenible (OPDS), la Universidad Atlántida Argentina, con sede en Mar de Ajó, y el Municipio de General Madariaga. Consistió en cuatro fines de semana de clases teórico-prácticas con evaluación, y un año de prácticas en zona de reserva un fin de semana cada quince días. Finalmente recibimos la credencial del organismo provincial. Los docentes-instructores fueron, o bien profesores de la universidad, o guardaparques o personal del OPDS especializados en algún tema en particular. También participó un grupo de guías de otra reserva de la provincia. Recuerdo en especial al profesor biólogo Adrián Monjeau, de la UAA, quien imprimió un abordaje eco-filosófico al curso, y a Daniel, un guardaparques que sabía mucho de aves. En la recorrida que hicimos con él en el monte a la vera de la laguna, intentando captar su conocimiento me sentí como un pequeño escarabajo, que quizás, supongo, nunca miran el cielo. Mi capacidad para ver e identificar un ave no alcanzaba siquiera para diferenciar un pato de una cigüeña, algo así. Tampoco sabía muy bien para qué sirven las aves, así de simple. Al finalizar esa caminata mi complejo de inferioridad ornitológico se disparó hacia las nubes.

Pasaron varios años, hubo muchas salidas de avistaje, muchas consultas a la abundante bibliografía sobre el tema, mucha observación, los binoculares aparecieron en mi vida, los amigos ornitófilos empezaron a ser mis mejores amigos, los chats en la internet se transformaron en mis favoritos, y llegó el tiempo de las fotos, y un día me di cuenta de que el cielo estaba lleno de “amigos”, de que ya no puedo hacer 30 kilómetros en la ruta sin detenerme y escudriñar con mi largavistas una laguna o alguna arboleda antes de seguir viaje. Y llegó el tiempo de los eventos sobre aves de aquí y de allá, de conocer gente nueva, de esperar el fin de semana soleado, o no tanto, para invariablemente juntarnos para “salir” a disfrutar del aire puro, de los olores y el silencio particulares del campo, de no pensar en nada más en ese momento, de robarle a algún pajarito una foto aceptable y de poder mirarnos con él a los ojos e intercambiar una mirada cómplice que parece encerrar este diálogo:

–Quiero salir lindo.
–Gracias, pajarito.