Cultura del rugby

Por Oscar Duarte, Profesor Asociado de la Facultad de Comunicación, UADE.

El crimen de Fernando Báez Sosa en enero de 2020 y el reciente inicio del juicio por su muerte, volvió a colocar el tema en las primeras planas de todos los medios periodísticos. La forma más común en la que los acusados son llamados por la prensa es la de “los rugbiers”. Dicho “mote” puede ser comprensible debido a la actividad compartida por los acusados y la necesidad de identificarlos de alguna manera frente a los ríos de tinta, y palabras, que abundan por todos lados. Pero esta denominación reabre la discusión sobre dos problemas que, a vistas del crimen, son secundarias en lo inmediato pero necesarias en el mediano plazo.

Por un lado, reapareció tímidamente en algunos programas un debate iniciado antes de la pandemia. A los pocos días del asesinato de Fernando, todos los medios discutían sobre si la actitud tomada por esta banda forma parte de la “cultura del rugby”. Las conclusiones suelen ser lógicas e inmediatas, “el rugby no tiene la culpa”, e incluso se resalta el hecho de que muchos de los profesores que enseñan este deporte, o de las instituciones donde se practica, se esfuerzan por promover ciertos valores que de ningún modo tienen a la muerte como resultado. ¿Puede acaso un hecho criminal ser privativo de tal actividad o disciplina? Claramente no, y lo que existe es cierto encasillamiento dependiendo del lugar desde el cual supuestamente proviene el delito. Lo hemos visto en otros casos cuando se impuso el mote de “las enfermeras de la muerte” o “los médicos de la muerte” por tomar solo dos ejemplos de actividades socialmente valoradas.

Por otro lado, deberíamos poner en discusión que es lo que consideramos “cultura”, ya sea del rugby o de cualquier cosa, para revalorar el concepto y correrlo del uso cotidiano y de justificación que se le suele dar. La violencia sería “parte de nuestra cultura”, mientras que la violencia ejercida por un grupo de muchachos que juegan al rugby sería “parte de la cultura del rugby”, es así… acéptenlo. Sin embargo “cultura” debería acercarnos a los aspectos más positivos de la humanidad y no a un justificativo de sus delitos.

La cultura del aguante no es cultura

Identificar directamente a la “cultura del rugby” con un acto criminal es cuanto menos perezoso. Como aficionado a los deportes (no lo es el rugby en mi caso), me encuentro todo el tiempo con comentarios que redundan en la idea de “a estos hay que matarlos” “hay que ganar, no seamos cagones”. Lo que abunda es la “cultura del aguante”, donde el valor no está puesto en desarrollarse físicamente, compartir de manera solidaria y pacifica una actividad deportiva, ni la sana competencia, sino más bien en ver quién es el que más se la banca…

Es claro que esta actitud no es propiedad exclusiva del rugby, ni del futbol, ni de ningún deporte, la vemos, la palpamos en nuestra cotidianeidad. Por lo que estas actitudes contrarias a la solidaridad y la organización no son más que emergentes de una sociedad que tiende a degradarse paulatinamente. La educación familiar y escolar también tiende a reproducir estas actitudes o, como mínimo, dejarlas pasar. En la mayoría de los casos, incluso, fomentar valores como los antes descriptos suele dejarnos las manos atadas frente a la violenta presión social que enfrentamos cotidianamente.

Desde una perspectiva sociológica simplista es fácil entender que, en banda, uno no solo está más “protegido” de recibir las consecuencias de esta violencia social, sino, incluso, más capacitado para ejecutarla. Por ello más apropiado que “los rugbiers” sería pertinente utilizar términos propios de nuestras tales tierras como “patota”. Así definido, podemos encontrar bandas con intenciones criminales o patoteros en cualquier esquina, en la noche de Villa Gesell, de Buenos Aires o de casi cualquier localidad del país. Por lo que los hechos no son culpa del “rugby”, sino la consecuencia lógica de una sociedad que tiende a la bestialidad.

Es interesante notar que estos comportamientos (parecieran) agravarse durante el verano. En el caso de los centros vacacionales, de los cuales la Costa Argentina es un lugar principal, es común que jóvenes se vayan de vacaciones en grupos numerosos y habitualmente “liberados” de cualquier tipo de control (tanto de padres y madres, como de las instituciones educativas y deportivas a las que suelen asistir durante el año). La modalidad de movilización en “manada” responde a esta lógica.

Hemos visto otros ejemplos brutales de crímenes en “manada”, palabra que describe un comportamiento animalesco. Estas patotas se reconocen en ciertos espacios de pertenencia (grupos deportivos o incluso barras de ciertos clubes, por ejemplo) y actúan bajo los códigos que ese mismo grupo determina sin importar si algo de ese comportamiento esta fuera de la ética, de la ley o de la empatía.

Finalmente, lo que debemos poner en discusión es a que llamamos cultura. ¿Es el conjunto de conocimientos que permite desarrollar nuestro juicio crítico? ¿Son las herramientas que nos permiten como comunidad resolver nuestras necesidades sociales? Incluso etimológicamente, cultura proviene de “cultivar para dar fruto, vida”. En ningún caso lo ocurrido con Fernando es resultado de una “cultura” particular, nunca se intentó el diálogo, ni buscar herramientas para la resolución del problema ni, mucho menos, dar vida.

Subrayo un hecho ocurrido en el reciente mundial de fútbol. Más allá del fantástico desempeño mostrado por la selección nacional, de los valores transmitidos y los sentimientos positivos que despertó en la población, un acto fue recuperado, repetido y hasta exaltado por periodistas y hasta autoridades. El “¿Qué mirá bobo?” de Messi a un jugador neerlandés fue enaltecido al nivel propio de la argentinidad. La frase más reprochable en una impecable carrera deportiva y pública (al menos hasta ahora) se convirtió en remeras, carteles, vinos y en una infinita cantidad de memes. No es cuestión de caerle a Messi que tiene todo el derecho de responder como se le antoje a quien se le antoje en un momento de exaltación. El problema es creer (o que nos hagan creer) que eso es constitutivo de la “cultura del fútbol” o de nuestra “cultura nacional”.

No es la cultura del fútbol, ni la cultura del rugby, la que tiene intrínsecamente comportamientos patoteros o criminales, son los resultados de una sociedad que se degrada producto de sus propias carencias.