El arte de la improvisación

Por Silvia Lamarca, Lic. en psicología

Improvisar significa hacer una cosa de pronto, sin estudio ni preparación alguna. Está ligada a la creatividad, a la flexibilidad. Es algo que no se prevé ni se prepara y, sin embargo, puede generar a veces resultados sorprendentemente mágicos, puros, verdaderos.

Se puede improvisar en la cocina, en el trabajo, en el teatro, la pintura, la escritura, y podría decir que en todos los actos de nuestra vida, aun cuando debamos observar algunos lineamientos prefijados, ciertas reglas institucionales, culturales, familiares o sociales que no podemos obviar.

Tener la capacidad de la improvisación en nuestra valijita de recursos nos permite muchas veces sortear dificultades que se nos presentan en la vida cotidiana y resolverlas de un modo adaptativo y creativo a la vez.

Improvisar es también poner el acento en lo que tenemos, como herramientas propias y ajenas, para generar algo distinto, para recrear.

Podría hablar de muchas experiencias en donde la improvisación estuvo presente, pero recuerdo una especialmente sorprendente en el sentido que a partir de una palabra se fue construyendo una escena de teatro.

Hace unos años, en el mes de enero, contaba con tiempo libre y me puse a observar la enorme oferta de cursos y actividades que había en ese momento en Buenos Aires. Opté por pedir informes en una escuela de teatro, sobre un curso de improvisación. Me informaron que tenía un mes de duración, lo cual me favorecía ampliamente. Sin saber muy bien con que me iba a encontrar, llegué al lugar, me presenté, y me contaron muy amablemente que esperara a que llegara el resto de los cursantes. Un rato después nos llevaron a un lugar, una especie de teatro, con un pequeño escenario y el resto del espacio con muchas sillas que formaban un círculo. En un momento entró un muchacho joven, quien se presentó y nos pidió que hiciéramos lo mismo y que además contáramos por qué estábamos allí. Cuando llegó mi turno, me presenté y dije que no sabía muy bien por qué estaba allí, pero que me había atraído el título del curso y decidí ver de qué se trataba. Agregué que no tenía experiencia previa en teatro ni en cuestiones afines. Siguieron a la presentación ejercicios de respiración, de vocalización y de movimientos con el cuerpo. Así pasó la primera clase, no me disgustó, pero todavía no veía donde aparecía algo relacionado con la improvisación.

La semana siguiente me volví a encontrar con el grupo. Después de repetir movimientos, respiraciones, vocalizaciones, como la vez anterior, el profesor nos pidió que eligiéramos a un compañero/a. Así lo hicimos, en general con quien teníamos al lado.

Sobre el escenario había solo dos sillas, una para cada integrante de la dupla. Nos pidió que fuéramos subiendo de a dos y que el resto del grupo oficiáramos de público. Debo reconocer que estaba algo inquieta y más aún cuando junto con mi compañera debimos subir y ocupar una silla cada una. La consigna fue: no hay libreto, improvisen, armen una escena. Nos miramos, no teníamos la menor idea de qué hacer. Silencio prolongado… tuve la sensación de que no nos llevaba a nada, entonces dije “Hola” a lo que la otra persona respondió algo insólito: “¡Ah, tenés el descaro de decirme hola!” Yo: “Sí, ¿No te puedo decir hola? ¿Por qué es descarado?” Ella: “Somos el hazmerreír del barrio, todo el mundo se da cuenta” Yo: “¿De qué se da cuenta?”. Y así seguimos durante aproximadamente diez minutos. La escena cobraba cada vez mayor dramatismo, al punto que la platea miraba absorta, sin saber qué iba pasar. Tampoco nosotras lo sabíamos. Lo importante es que fuimos armando una trama muy dramática, a partir de un “hola” que, después vimos, desencadenó que dos hermanas dijeran muchas cosas que tenían guardadas en su interior, que estaban sufriendo por esa razón y de que, a partir de introducir el diálogo entre ellas, se generó un nuevo vínculo; se recreó el vínculo que tenían.

Los seres humanos nos guardamos enojos, rencores, resentimientos, por no tener el valor de enfrentarnos con esas realidades que nos distancian de personas, que a veces queremos mucho pero que, consciente o inconscientemente, preferimos perder el contacto con ellas y dejar las cosas como están.

Esa energía negativa guardada durante mucho tiempo, sin fluir de ningún modo, estancada dentro nuestro, nos genera síntomas y a veces enfermedades muy graves. Debemos hacer consciente que estamos entrampados en alguna de estas situaciones y al menos intentar hablar con el otro de alguna forma. Si no puede ser de manera presencial, escribir un mensaje, una carta, un llamado, expresando lo que sentimos con palabras lo más sinceras que nos sea posible. Significa descargar, dejar salir lo que muchas veces pesa y duele, improvisando desde el afecto.