El colorido don de volar

El escenógrafo y pintor exhibe su obra en la sala de exposiciones de la Municipalidad. Colores y formas y una clara influencia de la América india junto a la semblanza de los antiguos boliches, los cafés de la charla y un vino compartido.

José María Cornide recuerda que en su infancia, en su Madariaga natal, la gente solía salir de su casa para ver el paso del avión de Martínez Guerrero, el patriarca del radicalismo. Al igual que el resto del pueblo, sintió deseos de ver la ciudad desde el aire, así como la ruralidad que la circunda. Su sueño se cumplió cuando un tío, aviador, lo llevó consigo para compartir varios vuelos. Durante ese frecuentar el Aeroclub de Madariaga le hace entrega de unos dibujos a la institución, quizás los primeros de su autoría, iniciando un recorrido de la mano del arte. Los misterios de la vida lo llevaron a que, al inaugurar un nuevo hangar, le hiciera un cuadro, quizás el último de su producción, y se lo regalara al aeroclub.

Lo notable es la parábola que se produce y que tendría inicio en los primeros dibujos y esta última obra, todos dedicados a la misma institución y a una de las cualidades necesarias para ser un creador, el anhelo de volar, de disfrutar ese momento de libertad.

Amigo de Jaime Torres, su relación con el músico lo acercó aun más al folclore, a las tradiciones y los boliches, todos espacios de figuras fuertes que se convirtieron en inspiración de colores y formas definidas, de particulares lecturas, tal cual son las cosas que devienen de lo popular y lo auténtico.

Tuvo un paso por Canal 9 como escenógrafo, donde se cruzó con un gran conductor, Marcelo Simón, que comenzaba con su ciclo inolvidable, Voces de la Patria Grande. Simón en cada programa se abocaba a un tema diferente, para lo cual, conociendo la habilidad de Cornide, le encargó dibujos alegóricos para cada programa.

Durante la charla surge su clara influencia americanista, desde aquel viaje inspirador hasta el mural sobre la Historia del charango, donde el armadillo sufre una serie de mutaciones hasta convertirse en el clásico instrumento. O la leyenda de los Uros, habitantes milenarios del lago Titicaca.

“Yo soy profesor de escenografía. Estudié en la Universidad de La Plata con mi maestro Saulo Benavente; trabajé con él veinte años, en el Maipo, el Embassy Casino, el Nacional. Hacíamos la escenografía para los teatros de revista, para el Circo de Moscú y un montón de trabajos más. Después empecé a trabajar como realizador, que son los pintores de decorados en el Canal 2 de La Plata. Luego cuando me recibí comencé en Canal 11 como escenógrafo titular y de ahí fui a Canal 9, donde estuve muchos años. Como era profesor, gané un concurso en el Teatro Colón, donde estuve durante cuarenta años. Fui veinte años profesor en la Escuela Nacional de Arte dramático, seis años en la Escuela Municipal de Arte Dramático, seis años en la UNLP y dicté como cuarenta cursos en muchos lugares del país”, sobrevuela.

Cornide estudió química y en base a la experimentación se fue dejando seducir por la luz y el color, en lugar de incorporarse a la empresa familiar como lo fue una de las primeras farmacias del lugar.

Más allá de la universalidad de su arte, José María ha dedicado mucho de su obra a las imágenes tangueras, como aquel mural donde aborda la historia del tango en el que se destacan los corazones de los grandes fueyes, como lo son Troilo y Piazzola.

Cornide asegura que nunca tuvo la idea de vender un cuadro hasta que se dio un viaje a Italia y se llevó todos los cuadros que pudo. Lo que pudo haber sido una aventura sin rumbo propiciada por el recordado Alberto “Flaco” Gervasio, resultó ampliamente positiva, ya que vendió toda la producción que llevaba consigo. El hecho es minimizado por José María, que considera que el interés manifiesto fue motivado más por la temática de las pinturas que por la técnica desplegada.

“La muestra se llama Vivencias, porque todo esto es producto de emociones que he tenido, porque la vida es una sucesión de emociones. Si no para qué estamos acá: es para que descubramos el arte que Él creó. Como dijo el Dante, en el 1200, que la naturaleza era el arte de Dios… Yo pinto lo que me parece, lo que siento”, agrega.

Desde las paredes de la sala de exposiciones de la Municipalidad, los colores se notan vigorosos y firmes, hay un sentido uniforme en el proceso creativo que hace que la secuencia del mensaje del pintor no se desvíe de su propósito de decirnos algo determinado.

Carlos María tiene 80 años; su vida está llena de recuerdos, como el de aquella vez que puso en escena el cuento de El herrero y el diablo, una pieza del teatro criollo incluida en el Segundo Sombra de Güiraldes. Sobre el final de nuestra charla, recuerda y destaca el paso de Jorge Caldas Villar por la Dirección de Cultura.

Mientras va dejando de pintar, su necesidad de expresarse se vuelca a la escritura. Tiene mil historias para contar, mucha experiencia y la sencillez de los grandes.