El sueño imposible

Buscando una peli para ver, un día encontré un título que decía “Ice Man”.

Inmediatamente asocié esta película con el hallazgo real en 1991 de un hombre muerto que quedó congelado y totalmente conservado en los hielos de los Alpes italianos durante 5.300 años, al que los científicos dieron en llamar el “Hombre del Hielo”. Pero no, el ice man de la película era en la ficción un hombre primitivo quien, mientras observaba el vuelo de las aves, soñaba con volar. Su sueño era el sueño más antiguo de la humanidad, desde el hombre primitivo, de quien hablamos ya, pasando por el mito de Dédalo e Ícaro, y llegando a los comienzos del pasado siglo cuando, por fin, se hizo realidad.

Sin embargo, para lograr esa atávica ambición de levantarse en vuelo en máquinas voladoras concebidas de modo científico hubo que llegar a Leonardo da Vinci y a sus experimentos. Él observó durante años, pacientemente, el vuelo de los pájaros y registró sus observaciones en el que llamó Código sobre el vuelo de los pájaros. Leonardo mantuvo durante toda su vida la fascinación por el vuelo y se esforzó meticulosamente, aunque sin resultados comprobables, para crear un anexo mecánico que permitiera al ser humano alzar el vuelo. Además de sus detallados dibujos anatómicos de distintas aves, Leonardo diseñó en papel distintas máquinas voladoras, entre ellas artilugios similares a un helicóptero, un ala delta, un paracaídas o un armazón que imitaba el diseño de las aves. Llegó el 12 de noviembre 1906 y fue Santos Dumont quien logró volar de forma autónoma durante 21 segundos a seis metros de altura y recorrió 220 metros a una velocidad de 41 kilómetros por hora. Con sus experimentos y avances, Alberto Santos Dumont, brasileño residente en París, consiguió establecer las bases técnicas que marcarían el rumbo del desarrollo de la aviación y de las siguientes generaciones de aeronautas.

Pero a aquel sueño de los hielos, suave, seductor, ágil, misterioso, elástico, veloz y, a veces, silencioso, no pudo alcanzarlo hombre alguno. Aunque sí podemos disfrutarlo aquéllos que salimos a menudo con binoculares en mano, con la ilusión de ver el ave de siempre o un ave nueva surcar nuestro aire, y volver al finalizar el día con la mente y el corazón llenos de una alegría tan difícil de describir cuanto fue difícil al hombre alcanzar a volar… aunque nunca haya podido hacerlo solo.