Enviado por el equipo de comunicación de la parroquia Ntra. Sra. de la Paz
El regreso de Pinamar a la fase 5 del aislamiento social preventivo y obligatorio que rige en el país desde marzo debido a la pandemia del coronavirus rehabilita rituales vinculados a la administración de sacramentos, como el de la eucaristía y el que se celebra en las parroquias mediante el uso de agua bendita, como es la adopción y admisión al cristianismo, llamada bautismo.
Nuestra Señora de la Paz reabrió la inscripción para esta ceremonia de purificación, de nacimiento a una nueva vida y de aceptación y entrada en la Iglesia católica, los sábados a las 12.30.
Únicamente habrá que atenerse a todas las consideraciones de participación y a que no haya más de dos familias por turno.
Ya comenzaron, en tal sentido, las consultas telefónicas en la secretaría parroquial, de modo que, desde recién nacidos hasta adultos que voluntariamente deciden su incorporación a la fe cristiana, podrán revivir simbólicamente la instancia bíblica según la cual Jesús llega al río Jordán abriéndose paso entre el grupo de peregrinos que viene de Galilea, con el propósito de ser bautizado por Juan, quien lo reconoce y se resiste diciendo: “Soy yo quien necesita ser bautizado por ti, ¿cómo vienes tú a mí?”.
A lo que Jesús respondió: “‘Déjame ahora; así es como debemos nosotros cumplir toda justicia’. Entonces Juan accedió”.
En realidad, posteriormente admitiría no conocerlo como Mesías y portador del bautismo de fuego y del Espíritu Santo, pero sí como pariente, al menos de oídas, por las palabras de su madre, Isabel, y de su padre, Zacarías.
Cuando Jesús entra en las aguas y Juan baña su cabeza, son sumergidos todos los pecados de los hombres: las aguas limpian el cuerpo, y por eso son tomadas como símbolo de la limpieza de las almas que se arrepienten ante Dios de sus pecados. Pero, además, las aguas se santifican, adquieren una fuerza nueva, y más adelante, el bautismo las aplicará a lavar los pecados hasta la raíz, y dará la nueva vida que Cristo conquistará en su resurrección.
Al emerger Jesús del agua sucede el gran acontecimiento: Dios se manifiesta: se le abren los Cielos y ve al Espíritu de Dios que desciende en forma de paloma y viene sobre él. Desciende una voz, la del Padre, eterno Amante, el que engendra al Hijo en un acto de amor eterno, dándole toda su vida, y le dice: “Este es mi Hijo, el amado, en quien me he complacido”.
Jesús es ungido por el Espíritu como el Cristo, el nuevo rey del reino del Padre, que regresa del Jordán y comienza su vida que le lleva a lo más alejado del paraíso, al desierto, donde se mortifica, reza y sufre la tentación de Satanás.