La historia que hay detrás de cada foto

Por Amanda Paulos
Bióloga, docente, observadora de fauna silvestre

Los observadores de vida silvestre que salimos con cámara en mano para captar un instante podríamos contar mil historias, tantos miles como miles de fotos acumulamos, sean éstas malas, de registro, insulsas, aceptables, y tan sólo a veces buenas, de ésas que nos hacen pensar que vale la pena que tomemos algunas fotos a veces. Es raro no obstante que los fotógrafos narren la historia detrás de sus fotos. Son secretos íntimos guardados en rinconcitos del particular corazón de un fotógrafo. Quien escribe no es fotógrafa, por eso quiere contar los instantes que antecedieron a esta foto.

Regreso tranquila de una visita a amigos, el camino despejado, velocidad moderada, mirando de tanto en tanto de reojo los alambrados del lado mejor iluminado. Algunos pajaritos pequeños: misto, pecho colorado, lechucita, un halconcito colorado, ¡eso ya estuvo mejor! Sin embargo, nunca vale la pena detenerse cuando se los ha visto a último momento y pasaron cien metros hasta que detuvimos el auto, porque ellos siempre nos ven antes y vuelan primero. Pero queda el gusto del avistaje. A una prudente distancia, doscientos metros quizás, veo un ave con el aspecto y el tamaño de las rapaces de la zona, disminuyo la velocidad, dejo el camino, detengo el auto y salgo con mi cámara a tentar suerte. El ave firme en su poste a unos 50 metros ya me había “registrado”, no obstante no se inmuta y mira hacia adelante, vienen dos personas caminando en dirección opuesta que pasan a pocos metros de su puesto, y el ave no se mueve; sigue allí, me mira y me quita la mirada varias veces. Hago algunas tomas. Está confiada, pienso. Y avanzo. Más tomas. Ella sigue en su tesitura. Más tomas. Finalmente vuela –me acerqué demasiado, pienso. ¡Vuela hacia abajo! Roza el pasto de un sector de cuneta con algo de agua y, finalmente, levanta vuelo bajo hacia un poste a pocos metros del primero, algo más alejado, por supuesto. Se relaja, aprovecho y vuelvo a tomarla, me mira nuevamente, me doy cuenta de que está a punto de tomar una decisión. Intento una última foto, pero no me da tiempo. Ahora sí, vuela lejos campo adentro. Yo, contenta, regreso al auto con material en mi cámara para identificar en la pc. Y como suele pasar a veces: es ése el momento en que descubrimos a la presa, que no habíamos visto al tomar la foto. Ésta fue la última foto, su perseverancia en permanecer en el primer poste se debió a que estaba acechando, no por confianza, su zambullida en el pastizal de la cuneta fue de caza, no porque sí. La parada en el poste de la foto fue de descanso y allá fue después a cenar lejos de la mirada de intrusos.

Por historias como éstas, que se guardan junto a cada foto, los conocemos, entramos en contacto visual con el animal, aprendemos en cierta forma a reconocerlos desde lejos, a entender sus conductas, a apreciarlos como seres vivos que luchan por su vida, entendemos que ser un ave que vuela libre no es ni tan romántico ni tan fácil como parece a veces. Aprendemos a respetarlos como seres que tienen el mismo derecho a la supervivencia que tenemos nosotros, los humanos. Aunque a veces los molestemos, por una foto.