La inquietante e insaciable guerra de los egos

Por Gustavo Núñez. Fue columnista de varios diarios en América Latina, es autor de la novela recientemente publicada: Pampa y la vía y es Integrante de la Sociedad Argentina de Escritores. INSTAGRAM: @GAT.ONUNEZ

El EGO es un mecanismo existencial mediante el cual una persona se reconoce como tal, en cuanto a su identidad. Ahora, cuando este EGO, primo hermano de la soberbia, se manifiesta insaciable y persistente, es un síntoma de que esta persona, ha comenzado a romper las reglas de juego, en cuanto a su relación de convivencia con los demás, y su EGO descontrolado, termina convirtiéndolo en un personajillo narcisista, y consciente de la falta de empatía a la que felizmente ha llegado, (si, digo felizmente, porque él y su amante EGO, fueron en una connivencia subjetiva planificando este crecimiento) - recurre, como mecanismo de autodefensa, a la demagogia populista, o al falso altruismo distribucionista … (con dineros del erario público).

Cualquier similitud con la realidad, NO es pura coincidencia, sino, la bochornosa conducta de ciertos personajes de la política, que están ¿convencidos?, que un programa de Estado estratégico a mediano y a largo plazo, pueden ser reemplazados por su mágica figura carismática y entonces, reciben sonrientes lo que más aman:- ser aplaudidos por la gente de a pie, y cuando con el devenir, su programa de gobierno, se transforma en un programa del realismo mágico, el entusiasmo inicial de la gente, trae la paradoja de la resignación, la confusión y la violencia y, cuando sienten sus miradas escrutadoras sobre sus inmaculados EGOS sordos, estos usurpadores de ilusiones, en vez de llamarse al menos, por vergüenza ajena, a un silencio piadoso y reflexivo, recurren a la tentadora manipulación, y no tienen mejor respuesta que proyectar su anunciada derrota, alegando que han sido víctimas de alguna imaginaria conspiración.

Una angustia narcisista está siendo inoculada en algunos políticos, y el resultado, es el temor al daño de su imagen, aunque ese daño, provenga de su propio espacio, sobre todo, si es un eventual competidor. El poder político “agiornado” con el desmesurado EGO, no sólo no entiende de acuerdos con su eventual interlocutor (que tal vez, tiene solo diferencias de forma, pero no de fondo), sino que hasta es capaz de sacrificarlo públicamente.

Cualquier similitud con la realidad, NO es pura coincidencia.

Pareciera esta columna una supuesta opinión psicoanalítica. Lejos está de serla, pues este columnista, no es sicólogo, ni formado en ramas similares. Tal vez, si, la intencionalidad de esta columna, tenga que ver con la búsqueda desesperada de una narrativa que intente comprender el absurdo al que estamos siendo sometidos. Si Sudamérica pasó por la misma pandemia, la misma guerra de Ucrania, la misma caída del valor de los activos, como podemos explicar la inflación 0% de Brasil, la de un máximo de un 5% ANUAL, del resto de nuestros vecinos, comparándola con el 100 % en nuestro país, que no sea, ineptitud obvia de por medio, la de interpretar a nuestros gobernantes, analógicamente con esta inquietante y temeraria guerra de EGOS, nada más y nada menos, que en el contexto del nivel de pobreza más importante de los últimos cincuenta años. Esta impresentable y sombría guerra de vanidades va minando también las propuestas alternativas de la oposición, provocando en los asalariados, formales e informales, y en las PYMES, creadoras naturales de fuentes de trabajo, la sensación similar al de un vacío, “Donde retumba el silencio”, parafraseando el título de la novela de la escritora argentina Agustina Caride, y entonces, un segmento de nuestra generación más joven, por ignorancia, o por resignación, alimentan y despiertan el fantasma agazapado de renovadas vanidades carismáticas, que emergen de la nada con enunciados apocalípticos.

Mientras tanto, un puñado de futuros candidatos, invadidos por el personaje mitológico de NARCISO, seguirán enamorados de sí mismos, pero algún día, pagarán caro su exacerbado EGO, y terminarán política y metafóricamente ahogados, al persistir en besar sus imágenes reflejadas en el agua.