La vida y la muerte, a un día de diferencia

Enviado por el equipo de comunicación de la parroquia Ntra. Sra. de la Paz.

El domingo próximo, la Iglesia católica celebra la solemnidad litúrgica de Todos los Santos y en nuestra parroquia se celebrará la Santa Misa para dedicar las oraciones llamadas sufragios, si bien condicionada por los protocolos de la fase de cuarentena en la que se encuentra Pinamar.

Inclusive, en tiempos normales, el lunes hubiera tenido que realizarse en el cementerio el oficio religioso habitual para rezar por los fieles difuntos, pero en esta oportunidad hasta último momento se mantuvo en duda la autorización.

Ambos acontecimientos, muy populares y muy sentidos por el pueblo fiel, expresan contenidos esenciales de la profesión de fe cristiana y católica; en los párrafos: “Creemos en la comunión de los santos” y “Creemos en la resurrección de la carne y en la vida eterna”, se resumen.

Ya desde los primeros tiempos del cristianismo se honraba el recuerdo y se ofrecían oraciones y sacrificios por las almas que partieron de este mundo.

Mientras quienes nos precedieron en el camino de la fe y de la vida, que gozan ya de la eterna bienaventuranza, adquirieron la ciudadanía de pleno derecho del cielo, la patria común de toda la humanidad de todos los tiempos, la persona que muere ya no puede hacer nada para ganárselo.

Aunque sí los seres queridos estarían en condiciones de rezar por ellos y ofrecer obras para ayudar al difunto a conseguir el perdón y la purificación de sus pecados a fin de alcanzar la salvación y poder participar de la gloria de Dios.

El día de Todos los Santos incluye en su celebración y contenido a los santos populares y conocidos, cristianos extraordinarios a quienes la Iglesia dedica en especial un día al año. Pero es también, sobre todo, el día de los santos anónimos, tantos de ellos miembros de nuestras familias, lugares y comunidades.

Comprende a todos los cristianos que ya gozan de la visión de Dios, que están en el cielo, hayan sido o no declarados santos o beatos por la Iglesia.

Son reflejos de la gloria y de la santidad de Dios. Modelos para la vida de los cristianos e intercesores, de modo que a los santos se pide su ayuda y su intercesión ante Dios. Por ello son merecedores de culto de veneración.

En cambio, la muerte es, sin duda alguna, la realidad más dolorosa, más misteriosa y, a la vez, más insoslayable de la condición humana.

No obstante, desde la fe cristiana, esta realidad se ilumina y se llena de sentido. Dios, al encarnarse en Jesucristo, no sólo asumió la muerte como etapa necesaria de la existencia humana, sino que la trascendió, la venció.