Más allá de cerebros, personas

Vengo leyendo notas a favor de las neurociencias, y notas en contra de estas.

El tema es vasto. Hace unos años que están creciendo estas disciplinas. La psicoanalista y profesora de la UBA Nora Merlin advierte sobre esta moda que invade las escuelas. Es tajante cuando dice: “Las neurociencias van en contra del pensamiento crítico”, en una nota que se le hiciera para el diario La Capital, el pasado mayo.

Ella, como otros autores, hace hincapié en que desde hace buen rato las neurociencias vienen pujando por un lugar en las escuelas. La intención, dice, se oficializó el año pasado cuando el Ministerio de Educación y Deportes de la Nación firmó un convenio con la Fundación del Instituto de Neurología Cognitiva (Ineco, que preside el neurólogo Facundo Manes) para crear el Laboratorio de Neurociencias y Educación, que –según sus impulsores– promueve la articulación entre unas y otra “con el fin de potenciar los procesos de enseñanza y aprendizaje a partir del conocimiento acerca de cómo funciona el cerebro”.

Merlin invita a desandar en forma didáctica aquella afirmación que hoy circula como verdad y panacea para distintos males. “Las neurociencias son disciplinas que estudian el sistema nervioso y pretenden explicar la conducta y el padecimiento mental según bases biológicas. Los psicoanalistas pensamos que son un anacronismo, porque el aprendizaje, la afectividad pasan por otro carril, no responden a la lógica de la neurona”, sostiene quien también trabajó con Ernesto Laclau, es profesora de psicoanálisis en la UBA y magíster en ciencia política. Su trabajo de investigación lo desarrolla alrededor de la articulación de política y psicoanálisis, de los temas de cultura y medios. También es autora de Populismo y Psicoanálisis (Letra Viva).

Insiste en que lo que hoy se presenta como una innovación en ciencia es en realidad un anacronismo. En 1895 Sigmund Freud, siendo neurólogo, considera que esa disciplina no le servía para explicar lo psíquico: “Lo que hoy venden como la novedad quedó desterrado en 1895. Es como dice la canción de Silvio Rodríguez ‘Un servidor de pasado en copa nueva’”. Freud enseña que el cuerpo psicológico no coincide con el orgánico, y que la palabra importa cuando se habla de salud y enfermedad.

La autora llama la atención sobre el momento político, económico, de época en que las neurociencias irrumpen la cultura y la educación, la vida cotidiana de las personas: “El neoliberalismo avanza tomando toda la cultura, estableciendo un criterio sobre qué es normal y qué es patológico. Esos criterios de normalidad, salud y enfermedad están determinados por los departamentos de marketing de los laboratorios (farmacéuticos), una de las industrias que mueven el mundo. Criterios que se difunden luego por los medios de comunicación y por todos los aparatos de imposición simbólica. Se crean necesidades, se instalan determinadas patologías y definen los síntomas que incluyen”.

Ante la pregunta de cómo se manifiesta esta situación en el día a día en las escuelas, la autora responde: “Hay toda una bajada de línea a los docentes quienes se ponen a estudiar neurofisiología y tratan de homologar la lógica de que si un chico tiene problemas de atención hay que derivarlo al neurólogo. Muchas veces lo hacen de buena fe. Pero cada niño tiene su tiempo de aprendizaje. Hay momentos singulares para cada niño que hay que respetar. No se puede sostener que porque los chicos se mueven tienen déficit de atención o un trastorno. Son desafíos para los docentes, porque estamos ante un problema muy serio en la cultura, donde se busca medicalizar. Una cultura que tiende al no respeto por la diferencia, más bien a una supuesta normalidad, y los que no están ahí es porque les falla algo en la sinapsis neuronal que hay que resolver con medicación. Las neurociencias promueven entonces un pensamiento uniforme. Las neurociencias van en contra del pensamiento crítico. Hay que someterse a determinada medida y supuesta normalidad, quienes no se someten a eso les caben las patologías. El objetivo es promover un pensamiento ahistórico, eliminar la política, la subjetividad, la singularidad y convertir una masa de gente medicalizada, uniforme, adaptada, disciplinada. Ese es el verdadero objetivo”.

Es muy tajante en lo que enuncia. A mí me llevó a repensar algunas cuestiones; no quiero que esto se piense como una verdad revelada. Porque los detractores del psicoanálisis enseguida disparan con que la teoría es vieja, y que hay que adaptarse al nuevo tiempo. Me parece que está bueno saber cómo funciona el cerebro, cómo son las cuestiones biológicas, pero nunca debemos olvidar que las personas no son equivalentes a cerebros funcionando. Somos sujetos, poseemos subjetividad, tenemos nuestra historia de vida y momentos particulares. Pensemos en una clase, el cerebro de Juan, quien anoche durmió calentito, comió, y su mama le dio un beso y acomodó unas galletitas en su mochila. No está funcionando como el de Martín, quien vive situaciones a diario de violencia en su casa, y va a veces a Dirección porque pelea con sus compañeros. O como Marita, que se muestra inquieta y charlatana, permanentemente le llaman la atención en el aula, sufre abuso sexual intrafamiliar, pero nadie en el colegio lo sabe, ni su madre. Se distrae fácilmente, dice la maestra. Quizás algunos piensen que los ejemplos son extremos, pero son situaciones que se dan en las aulas, donde conviven niños con diferentes enseñanzas del hogar, con sus particularidades e historias personales. Alejados de la normativa de cómo debería funcionar su cerebro.

Qué podemos hacer entonces, desde nuestro lugar. Que la ciencia continúe investigando. Es bueno saber cómo funcionan las cosas, pero no somos lavarropas, somos personas: hay muchas variables que deben ser tenidas en cuenta antes de elaborar una conclusión.