¿Por qué los naturalistas hacemos lo que hacemos?

Porque somos personas apasionadas por la naturaleza, y queremos despertar la misma pasión en otros para devolverle a Ella, la Naturaleza, tan sólo un poco de lo tanto que Ella nos da.

Porque nos llena de alegría ver a familias que dedican sus días de descanso al avistaje y disfrute de la vida silvestre, ver a los padres compartir con sus hijos pequeños sus binoculares o sus cámaras, saber que hay gente que mantiene “a pulmón” con trabajo voluntario innumerables lugares como éste para que fotógrafos, maestros, estudiantes, padres, hijos, novios, gente mayor, gente sola o gente acompañada logre sentir lo que nosotros sentimos por Ella. Tenemos un sueño y nuestro sueño es tan genuino y profundo que quisiéramos que el mundo todo sintiera e hiciera realidad nuestro sueño imposible.

Y quiénes somos los naturalistas, se preguntarán algunos lectores. En primer lugar, debo decir, creo que llevamos en el corazón una semillita que nos identifica. No nacimos naturalistas, de algún modo nos hicimos, de alguna manera recibimos esa semillita, casi siempre porque fuimos tan afortunados que algo muy fuerte nos pasó, casi siempre en la niñez, aunque no siempre, y devinimos naturalistas, lo que es lo mismo que decir que nos transformamos en amantes de la naturaleza, en parte inseparable de ella, sólo eso, y también quiere decir que cualquier persona puede transformarse por azar, en el momento menos esperado, en un naturalista. Y entonces nuestra vida cambió para siempre, porque transformarse en naturalista es tomar un camino sin retorno, irremediablemente, no tiene vuelta atrás. Nadie regresó nunca de ese estado. Me contó una amiga, naturalista, obvio, que su semillita fue el avistaje casi a diario cuando regresaba del trabajo, en plena urbe, de un gavilán mixto en lo alto de un edificio. Para una de las personas que más semillitas plantó en este país, su semillita fueron unas vacaciones en el campo a los diez años cuando por primera vez se alejó del cemento urbano. Mi semillita, lo confieso aquí, fueron los soles ponientes de mis primeros siete años de vida en el campo, las caminatas con mi hermanito y las nenas del tambero por el callejón ancho, la precaución por las víboras y por el pozo hondo del molino que nos inculcó mi madre. Para muchos niños pequeños la semillita la dejan sus padres, sus abuelos, o la seño de plástica que les hace armar pajaritos de origami o cultivar una huerta en la escuela.

¿Y nosotros qué hacemos? Como de esa semilla nació un árbol poderoso, o quizás una hiedra que se prende de la gente y avanza e invade, día a día regamos esa planta, transformada en pasión: vamos a cuanto evento naturalista se cruce en nuestro camino, nos trasladamos, nos unimos a cuanto grupo naturalista vemos en las pantallas de nuestras compus o nuestros celulares, nos buscamos entre nosotros, y nos encontramos, y deseamos multiplicarnos y ser muchos –cada día que pasa queremos ser más–, entonces también organizamos nuestros propios eventos, no “por amor al arte” sino por amor a Ella. Y los compartimos y compartimos otros y agudizamos nuestra imaginación para que nuestro árbol crezca y dé frutos, para que más semillitas ganen más corazones, para salvar más vidas, la de Ella y la de todos. Y escribimos, lo que cada uno puede. Escribimos libros, artículos, comentarios, y notas como ésta.